Newsletter DPT Nro. 64

ISSN 2618-236X

Septiembre / 2021

CUESTIONES DE INTERES

¿Biodesarrollismo como estrategia de desarrollo para la Argentina?

¿Es posible constituir una nueva coalición?

El “long stop” que transita la Argentina desde 2011 ha abierto un debate necesario sobre el modelo o la estrategia de desarrollo para el país. Las manifiestas falencias de las experiencias transitadas y la falta de acuerdo sobre un patrón de desarrollo sostenible se tradujeron en una creciente polarización política de valores. Como consecuencia, los actores económicos adoptaron comportamientos conservadores y defensivos. El empresariado prefirió volcar sus excedentes a inversiones en el extranjero, mientras que las inversiones domésticas sólo fueron las de fácil salida, baja complejidad y bajo impacto en el patrón de desarrollo.

La Argentina transita un círculo vicioso que se retroalimenta sin cesar, potenciado por comportamientos relativamente racionales en el marco de los incentivos que genera el prolongado ciclo de inestabilidad y deterioro. No se trata de un problema moral de empresarios e inversores, sino de un problema de naturaleza sistémica. El modelo de acumulación de la Argentina tiene problemas estructurales, ya que la estructura productiva: (a) resulta netamente anacrónica; (b) produce y reproduce desigualdad social y heterogeneidad territorial, (c) no genera las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo; (d) genera una inserción internacional deficiente, cristalizada en un desempeño exportador débil y en recurrentes crisis de la balanza de pagos.

¿Por qué es tan difícil reemplazar una estructura productiva que funciona mal? La pregunta tiene dos vías de abordaje: (a) en la Argentina existe una poderosa corriente de ideas cuya agenda de políticas sigue pensando al desarrollo con un enfoque retrospectivo (el siglo XX): la industrialización por sustitución de importaciones” (en adelante: ISI) bajo promoción estatal, y (b) algunos actores de la vida nacional se benefician del deterioro de nuestro patrón de desarrollo.

Para abordar este “nudo gordiano” el autor focaliza su abordaje en las “reformas tecno-productivas”. Reconoce que diseñar un nuevo modelo de desarrollo implica una ardua tarea, tanto en el plano de las ideas (estratégico) como también y, sobre todo, en el plano de las fuerzas sociales (táctico). La transición de una estructura tecno-productiva a otra requiere, en primer término, construir una nueva coalición contrahegemónica (“coalición exportadora, federal y popular”), y en paralelo crear mercados y capacidades, junto con una nueva institucionalidad de frontera. El autor denomina “biodesarrollismo” al nuevo paradigma de ideas (estrategia).

Comienza argumentando las razones por las cuales la estrategia de ISI resulta anacrónica y disfuncional: (a) con el acelerado cambio asociado a la economía del conocimiento, la capacidad de obtener ventajas y beneficios diferenciales de la economía global abandona progresivamente a la manufactura como emblema del poder moderno, y la relocaliza en tres subgrupos: (i) unidades que controlan el conocimiento de cómo producir, (ii) unidades que controlan la capacidad de financiar, diseñar y comercializar nuevos productos y servicios, y (III) unidades que controlan la distribución de los bienes y servicios intensivos en conocimiento.

Por lo tanto, y salvo en aquellos segmentos industriales donde la Argentina logró internacionalizaciones exitosas (principalmente energía nuclear y satelital, junto con las industrias intensivas en recursos naturales y biomasa), plantear un programa de ISI probablemente terminaría posicionando al país en los niveles de menor complejidad y jerarquía de las cadenas globales de valor: pseudo “maquiladoras”.

En segundo lugar, la ISI no implica automáticamente ahorro de divisas porque los bienes de consumo industriales tienen una alta intensidad de insumos importados, y no constituye una vía de generación de empleo porque la industria ha dejado de ser el epicentro de la generación de trabajo. Crear industrias en el mundo actual implica invertir enormes cantidades de capital con baja incidencia en la creación de trabajo. El epicentro de la generación de empleo ha virado a los servicios y a la tecnología.

Ello no implica que el país no deba industrializarse o deba desindustrializar sus segmentos competitivos. Todo lo contrario. La bioeconomía es, de hecho, una vía a una nueva forma de bio-industrialización. Lo que se pretende es advertir el anacronismo de la variante ISI para resolver la debilidad exportadora, aportar divisas y crear empleo.

El nuevo paradigma tecno-productivo global: una oportunidad para la Argentina

El mundo asiste a un cambio de paradigma tecno-productivo que resulta en una oportunidad para la Argentina. Dicho cambio de paradigma se cimenta en tres dinámicas centrales:

(a) Según la FAO el crecimiento demográfico coincidirá con un proceso global de transición de poder que incrementará el ingreso per cápita de Asia (corto plazo) y África (mediano plazo). Este proceso impulsará una nueva demanda y en paralelo una nueva geopolítica internacional de los alimentos.

(b) El cambio climático puso en marcha una agresiva agenda de “descarbonización”, que producirá una nueva legalidad biobasada y trazable para el comercio internacional. Los países desarrollados incorporarán buenas prácticas ambientales, incluyendo a los biocombustibles y bioproductos, como exigencias de primer orden para comercializar (barreras paraarancelarias).

(c) Se está produciendo una nueva ola de empoderamiento de países medios como producto de un sistema internacional dinámico en proceso de transformación: desde un sistema estructurado y unipolar, a uno difuso, heterogéneo y multipolar.

En este marco, la Argentina dispone de una posibilidad inédita para reconvertir su patrón estratégico de desarrollo nacional e inserción internacional. Esta reconversión permitiría, en un plazo de 20 años, resolver los problemas estructurales reseñados. La oportunidad implica empoderar una nueva estrategia de desarrollo: la bioeconomía, o lo que aquí se denomina “biodesarrollismo”.

Siguiendo a Alejandro Mentaberry, se señala que la bioeconomía supone una estrategia de convergencia de tecnologías clásicas (fermentación, separación química y termoquímica) con tecnologías avanzadas (biotecnología, nanotecnología, TIC), con el objetivo de impulsar la conversión integral de la biomasa en alimentos, bioenergía, encimas e insumos industriales, componentes químicos, biomateriales, biocosméticos y bioproductos aplicados a la medicina.

La estrategia se funda en intensificar la producción exportable de nuestro país, sin agravar el equilibrio ambiental y, en paralelo, compatibilizar los avances tecnológicos con la generación de trabajo digno y el desarrollo territorial armónico. La Argentina posee los activos necesarios para proyectarse exitosamente en el referido entorno: (a) una enorme diversidad de biomasa y abundancia de recursos físicos, (b) una agroindustria de las más competitivas del mundo, (c) un sector biotecnológico sumamente dinámico, y (d) un sistema científico-tecnológico con capacidad para relacionarse en forma virtuosa con los territorios.

El nudo gordiano: una nueva coalición

Sin una nueva y poderosa coalición contrahegemónica, la Argentina corre el riesgo de perder una posibilidad inédita de acceder a la economía del conocimiento a través de la bioeconomía, y vía esa herramienta, revertir décadas de destrucción de poder nacional, desarrollo económico y creación de riqueza.

Pero el horizonte de la bioeconomía, como estrategia de desarrollo nacional e inserción internacional, resulta gravemente afectado por la hegemonía de la coalición mercado-internista bajo promoción estatal. Tres dinámicas recientes ilustran las dificultades: (a) las restricciones a las exportaciones de carne, con la consecuente destrucción de capacidades domésticas y mercados internacionales, (b) la involución del marco legal en materia de biocombustibles, con la reducción del corte y la exclusión de jugadores competitivos con capacidad evolutiva, y (c) la eventual intervención del Estado en la gestión de la Hidrovía (la principal arteria de salida de la producción agropecuaria y agroindustrial, pero, sobre todo, una condición fundamental de competitividad internacional), que en la práctica implicaría un aumento de las retenciones por otros medios y la generación de un marco de incertidumbre en relación a la aptitud técnica para la compleja tarea de dragado y balizamiento.

En este marco, frente a la tradicional coalición mercado-internista (con deuda externa o emisión monetaria) es necesario articular una nueva coalición exportadora, federal y popular. Esa compleja articulación implica varios movimientos tectónicos tanto en el plano corporativo como en el político e institucional.

Desde el punto de vista corporativo, la red bioeconómica (en formación) necesita superar la fragmentación histórica de la red agropecuaria y agroindustrial, y avanzar en la conformación de una poderosa entidad corporativa unificada, cuyo foco debe ser la formación político-gremial de sus bases, la comunicación en la urbanidad, y el relacionamiento con el sistema político.

Desde el punto de vista político, el sistema de partidos debe construir una diagonal incorporando un componente “popular” y un componente “capitalista”. De esta manera el sistema político podría reconstruir un puente en donde las formas tradicionales de antagonismo (crecimiento versus distribución) podrían converger en torno a la coalición exportadora, federal y popular. Los gobiernos provinciales podrían acompañar este movimiento con un proceso de integración e institucionalización subregional: una poderosa “Región Centro Ampliada”, liderada por Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, incorporando a Tucumán y Misiones (y en el futuro a nuevos asociados emergentes).

Desde el punto de vista institucional, son necesarias modificaciones sustanciales en la orientación de la estatalidad. El autor focaliza en tres modificaciones centrales: (a) la colonización del paradigma, desde una perspectiva restrictiva a un enfoque de incentivos que premie y estimule la producción sustentable (para producir más y mejor); (b) la internacionalización de la economía, que requiere una reformulación/empoderamiento de Cancillería para transformarse en un agresivo agente de colocación de productos y servicios argentinos en el mundo y (c) la reconversión del entramado tecno-productivo requiere que los fondos públicos concursables promuevan la colaboración entre el sistema científico y tecnológico y la matriz productiva sujeta a reconversión, con la nueva política laboral de inclusión popular.

El componente popular de la reforma implica construir una institucionalidad capaz de generar el nuevo capital humano desde la economía popular. En clave bioeconómica, impulsar procesos virtuosos de desconcentración urbana, transformando la política social en una política de inclusión tecnológica y agregado de valor de proyectos asociativos. Para que este proceso sea sustentable, debe estar articulado con el sector privado (con el mercado) y con el sistema científico-tecnológico. Para ello es fundamental construir un nuevo marco normativo de acceso al mercado formal para la economía social.

Finalmente, con relación al agente de cambio, los procesos de reforma y modernización han sido impulsados: (a) en forma incremental por amplias coaliciones sociales, o (b) en forma acelerada por la emergencia de liderazgos colectivos (renovación de élites) que han fundado una nueva época.

Constituir el pináculo de la nueva coalición (exportadora, federal y popular) en la Argentina implica recuperar una élite desarrollista, transversal al sistema de partidos, que active la transición de la bioeconomía como estrategia de desarrollo al biodesarrollismo como realidad efectiva. ¿Podremos concretarlo?

 

Fuente: “Biodesarrollismo: Hacia Una Nueva Coalición”. Por Federico Zapata. Revista Panamá. Dossier Territorios. 15 de julio 2021